Cae una gran nevada sobre Cataluña y en las ciudades, sobre todo en Girona y en Barcelona, se producen enormes atascos de tráfico y una cierta sensación de caos. La perturbación había sido anunciada por los servicios de meteorología con una anticipación de 48 horas pero la intensidad del fenómeno es superior a la prevista y hay que suspender servicios de autobuses urbanos y de trenes. Muchos ciudadanos que no hicieron caso de las advertencias se ven inmovilizados dentro de sus automóviles. Por si fuera poco, un cable de alta tensión cae sobre la principal autopista y doscientas mil personas se quedan sin suministro eléctrico. Como a orillas del Mediterráneo no es frecuente ver nevar, la gente contempla el espectáculo con la fascinación propia de quien ha sido trasladado a un país del norte de Europa sin moverse de casa. El protocolo siempre es el mismo. La caída de la nieve extiende un manto de silencio sobre el tráfago ciudadano, limpia el aire, y trae olvidados aromas de bosque a las narices embotadas de los urbanitas. Tenemos la idea de que el espacio ciudadano nos ha alejado tanto de la naturaleza que, salvo pasajeras sensaciones de frío y calor, nada puede impedirnos el desarrollo normal de nuestras ajetreadas rutinas. Ni siquiera una subida anormal de la temperatura, o una lluvia torrencial, porque nos defendemos de ellas bebiendo refrescos o abriendo el paraguas. Pero, la nieve es otra cosa. La irrupción de la nieve en el paisaje urbano lo trastoca todo, especialmente en los lugares donde el fenómeno no es habitual. Los políticos, como ya están en campaña electoral, han criticado la imprevisión del Gobierno tripartito, pero poco más. Y la prensa local tampoco hizo sangre ni pidió que rodaran cabezas. En esto se ve que que el poder de Barcelona es un poder periférico y templado por la influencia del mar. Si esto ocurre en la capital del Estado, a estas horas habría una escandalera en todos los medios, preguntas en el Parlamento y una ofensiva general contra el Gobierno, culpable de que llueva, de que nieve, y hasta de que no nos toque la lotería a todos. Eso sí, los políticos de aquí tendrán tiempo para tonterías, tonterías como el referéndum sobre la independencia, con lo que se han gastado podrían haber renovado las torres de alta tensión, tienen tiempo para tonterías como prohibir las corridas de toros, y digo yo, porqué en lugar de prohibir, no van a las corridas de toros y dejan que a la gente que les gusta vaya libremente... Por la misma de regla de tres que prohíban que nieve, o que prohíban hacer destrozos en las montañas para hacer pistas de esquís, no lo digo por mi, a mi me gusta esquiar... pero creo que sacan las cosas de quicio. Eso sí que prohíban hacer referendums para la independencia...
jueves, 11 de marzo de 2010
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